Tradicionalmente el papel de la formación en materia preventiva para los trabajadores ha consistido en pequeñas charlas o “cursos” donde los asistentes juegan poco o ningún rol en la sesión formativa, son meros oyentes. En numerosos casos el trabajador piensa que está formado solo por acudir, firmar o leer un pequeño manual, no atendemos totalmente sus necesidades de aprendizaje. Este modelo de formación no se interioriza por parte de los alumnos ya que no asimilan los conceptos, el lenguaje no es cercano, se desconectan ya que no trata una materia interesante para su profesión o simplemente recelan de aprender algo nuevo, del cambio.
El profesional que acude a un curso puede que lo haga con una idea negativa o preconcebida de lo que se va a encontrar, es labor del docente transformar ese concepto para conseguir nuestro objetivo que en este caso es la comprensión y asimilación de la materia recibida.
El papel del formador en materia preventiva es vital en estos casos, no debe limitarse a “impartir” una materia de forma lineal A—> B sino que debemos conducir al alumno hacia el aprendizaje. La formación debe ser por tanto activa y dinámica, debe alimentarse de la participación y de las experiencias de los asistentes. En la sesión formativa, un debate, una puesta en común o un trabajo de grupo resultan mucho más enriquecedores que la simple sucesión de diapositivas junto a una breve explicación. No debemos olvidar que la prevención de riesgos laborales tiene un importante cuerpo teórico pero fundamentalmente una aplicación final práctica.
Con ayuda del técnico de prevención, la empresa debe establecer un correcto itinerario formativo buscando las necesidades reales de aprendizaje y creando un buen plan de formación. De nada sirve un curso bien gestionado y de gran calidad si no tiene interés para la actividad de la empresa o de los trabajadores que lo reciben.
¿Como conseguimos una formación dinámica y activa?. En la mayoría de los casos se logra conociendo al grupo, pidiendo colaboración y participación, creando situaciones que propicien la integración de todos los miembros del grupo y generando una actitud positiva hacia la acción formativa.
En las dinámicas de grupo los ejercicios prácticos y la utilización de los medios disponibles en las aulas (equipos de protección, maquinaria, cartelería, etiquetas de seguridad, escaleras…etc.) animan a los participantes a la interacción con dichos medios mejorando en gran medida la experiencia formativa. El docente en estos casos debe conducir al grupo a “tocar” o a usar los medios, a participar, a que cuenten sus experiencias, el formador debe nutrirse de dichas participaciones y utilizarlas para el objetivo final del aprendizaje, por supuesto sin desviarnos del tema original. La experiencia formativa debe por tanto nutrirse de los propios alumnos y cambiar en función del grupo.
El trabajador por tanto no es un mero asistente, es un actor más del proceso formativo y como tal debe sentirse. Si conseguimos ese objetivo la formación cobra sentido, el profesional interioriza los conceptos y comenzará a aplicarlos en su trabajo. Finalmente la verdadera prevención la realizan cada día los trabajadores en su puesto u oficio. Si logramos concienciar al participante de que realice su trabajo de forma segura y de la repercusión positiva en su puesto lograremos el objetivo final buscado en la formación en materia preventiva.
Daniel Fernández- Viagas Gallego. (Formador en Prevención de Riesgos Laborales)